Personaje: Arvin



Relato procedente: "Esa Sonrisa" (Huellas del Tiempo).

Resumen: Arvin permanecía en la cárcel desde hacía unos cinco años, no esperaba que el tiempo pasara tan lentamente pero llegó a cumplir su condena de forma satisfactoria, incluyendo maltratos de otros presos. Lo único que le mantenía cuerdo era aquella sonrisa de la persona más importante de su vida, le acompañaba en cada uno de sus sueños, en cada momento que estaba entre rejas, era lo mejor que tenía y permanecía con él siempre aunque estuvieran a distancia. Lo que no vio venir al salir fue el disparo de la mujer de su vida en el centro de su cabeza sin previo aviso, apagando la brillantez de sus ojos para siempre.

Nombre completo: Arvin Scollano Griffith.                                               Edad: 34 años.

Ciudad natal: Denver.                                                                         Estado: Fallecido.


Descripción física:

Tenía el cabello negro y corto, lo suficiente como para permanecer en la cárcel como objeto de disciplina, no podía cuidármelo como quería. Mis ojos castaños siempre miraban al suelo, manteniéndome pensativo, con aquella sonrisa que se mantenía en cada parte de mi mente, recordándome lo bueno que hubo en mi vida. Mis labios finos, se mantenían apretados tratando de aguantar cada uno de los momentos que pasé allí, intentando no volverme loco o sentir algo más que desesperación. Mi cuerpo cada vez estaba más esbelto, no era que no quisiera comer pero, no podía evitar que las cocinas desprendieran unos olores repugnantes, no me fiaba de lo que me echaban en el plato, a decir verdad, así que, me arriesgaba lo mínimo y comía menos.

Descripción de la personalidad:

Siempre había sido un chaval problemático, sin ningún objetivo que perseguir, sin nada en la vida en lo que creer. Me definía como otro más de la sociedad que trataba de buscar su camino pero que necesitaba robar para tener su lugar en el mundo, para poder pagar las facturas y no volver a un pasado que no quería volver a encontrar. La cárcel me hizo algo más callado, retraído, pensativo, e incluso, podría decir que marginal y desconfiado, no me gustaba acercarme a la gente por si me producían algún daño, también empecé a ser precavido con aquellos que me dirigían la palabra y, en vez de ser el típico tío que no seguía las órdenes de sus superiores como había ocurrido antaño, en ese momento, empecé a hacerlo para conseguir salir de allí cuanto antes.

Un pasado que quería olvidar:

Mi padre nos abandonó a mi madre y a mí cuando nací, decidió que era una escoria y que no valía la pena cuidar de mí, formar parte de mi vida como cualquier padre querría. A raíz de esto, mi madre cayó en depresión, empezó a mezclar pastillas con alcohol y se volvía muy violenta, aunque no me di cuenta hasta la primera vez que me dio un bofetón por haberme caído un vaso al suelo. Estaba rabiosa. Al principio, lo entendía pero, más tarde, empezó a resultarme muy doloroso, dado que, le cogió el gusto a darme latigazos con los cinturones que sujetaba los vaqueros de mi padre cuando vivía con ella, su frustración ya era parte de mí, en cada herida, en cada corte...

La llegué a odiar en todos los poros de mi piel. Tan solo quería irme de allí, así que, con la edad suficiente, empecé a ver que otros jóvenes robaban poco dinero de gente que no se daba cuenta por la calle o comida en alguna tienda, así que, decidí empezar por ahí antes de meterme en las estafas y los robos en casas, lo cual, llegó a ser lo que más dinero me proporcionaba. Durante todo ese tiempo, no conseguía dormir, me movía de lado a lado de la cama y terminaba viendo la televisión en el sofá hasta que amanecía o hasta que mi madre decidía mi siguiente sentencia.

Sin avisar:

Robaba cosas valiosas a los vecinos en cuanto se iban de vacaciones, dado que, cuando volvían traían cosas nuevas y solían olvidarse de las viejas, nadie se daría cuenta o las echaría en falta; luego, las vendía en tiendas de segunda mano donde me solían dar cantidades razonables de dinero por las joyas tan auténticas que les solía traer. En cuanto hube recaudado el dinero suficiente para marcharme, lo hice sin avisar, de hecho, alquilé un loft en las afueras de Seattle lo más alejado para que no consiguiera localizarme, me cambié de número de teléfono, e incluso, el nombre y los apellidos, no quería que me matase por lo que había hecho, sabía que sería capaz de hacerlo.

En cuanto empecé a vivir solo, noté que todo mi cuerpo se relajaba, que ya podía ser yo mismo y llevar a cabo mis planes sin nada que temer. Si quería permanecer allí pagando el costoso alquiler y todas las facturas recibidas, debía seguir recaudando más dinero y ser cada vez más bueno robando a particulares. En todo ese tiempo, mi madre no me encontró, todavía me pregunto si haría un esfuerzo de buscarme o si prefirió que desapareciera de su vida al igual que hizo mi padre. 

Su sonrisa:

Empecé a relacionarme con otros tipos en cuanto cumplí los veinte años, personas que se dedicaban a lo mismo que yo pero con más ayuda. Nunca había pensado que necesitara de nadie para conseguir mis objetivos pero, si me la ofrecían, no iba a decirles que no, ¿verdad? Mucho menos admirando la belleza de aquella joven que me había eclipsado con su sonrisa y aquella mirada que había clavado en mi con intensidad, desde ese preciso instante, ya no pude olvidarme de ella. Éramos un grupo de cinco que había perfeccionado su técnica tantísimo que llegamos a ser indetectables, entrábamos y salíamos sin hacer el menos ruido, sin hacernos notar, subiéndome tanto la adrenalina que llegué a pensar que jamás podría dedicarme a otra cosa.

Entre golpe y golpe, las miradas se hacían más profundas, las sonrisas tenían mucho más que decir y mis sueños, empezaron a hacerse realidad. Sus labios cálidos me dieron una razón por la que salir vivo de cada una de las casas a las que entrábamos a robar, fue la única por la que me preocupaba, incluso, en cuanto empezó a quedarse en mi casa a medio vivir, trataba de que se sintiera lo más cómoda posible. En cuanto sonreía, se me olvidaban todos los problemas, no podía creer que algo así pudiera existir en mi vida, aunque tampoco pensé que, también podría evaporarse...

Imperdonable:

El golpe más épico de todos los tiempos. Una casa de un tipo tan rico que podría hacernos sentir los tíos más exitosos del país sin siquiera trabajar, tan solo, abriendo su caja fuerte, dado que, su hija estaba de acuerdo en robarle a su propio padre, era la chica con la que me acostaba cada noche. Le pregunté una y mil veces en si estaba dispuesta a hacer aquello, no teníamos más opción, era la única oportunidad que teníamos para retirarnos, de hecho, queríamos tener vidas aburridas en cualquier lugar que nos sirviera para mirarnos y reconocer que nosotros habíamos cambiado de verdad. Todo lo que planeamos se llevó a cabo pero, lo que no esperábamos era que su padre apareciera en el preciso momento en el que estábamos abriendo la caja fuerte, pudimos ver sus ojos de espanto y, a la vez, de ira. Oí disparos, cómo caía un cuerpo al suelo, cómo algunos de ellos se iban corriendo para que la policía no les pillase, lo mismo que hice yo, sin mirar atrás, me largué sabiendo que la mujer de mi vida yacía en el suelo junto a él llorando como una descosida porque tenía dos balas en el pecho.

En aquellos momentos, tan solo pensaba en salvar el culo. Nada más llegué al loft, recogí todas mis cosas y me mudé a Nueva York, un lugar donde me traería muchas oportunidades de negocio, habían ricos que no esperarían ser atracados. Me olvidé de todo lo demás, quizá fue irrespetuoso, quizá imperdonable pero, ni siquiera pretendía darme cuenta del daño que había producido largándome de allí haciendo exactamente lo que hizo mi padre con nosotros. Me sentí miserable pero, decidí no pensar en ello, enterrar mis demonios en lo más hondo y seguir adelante con mis planes.

La estancia en la cárcel:

Tras tantos robos, me había vuelto confiado, tanto que no me di cuenta de que en mi nuevo grupo había un infiltrado de la policía siendo que solía olerlos a distancia. En cuanto me di cuenta, había un montón de ellos esperándonos en una casa abandonada donde el agente infiltrado nos había llevado para apropiarnos de la mayor cantidad de dinero que jamás habíamos soñado. En cuanto me di cuenta, estaba en un juicio en el que me declaraban culpable de todos los cargos y era condenado a diez años de prisión, dado que, mi abogado sabía negociar, aunque con el dinero que le había soltado, me habría extrañado que no lo hiciera.

Acepté mi condena. Nada de pataletas innecesarias, nada de quejas irreflexivas y pelearme con otros presos tampoco mejoraría mi estancia allí, tuve que aprender a ser otra persona, a esconderme en mí mismo para que nadie se fijara si quiera en que existía, era como adquirir una nueva personalidad que jamás habrías conocido. Pero, a pesar de ser precavido, hubieron situaciones constantes de violaciones en las duchas, en las habitaciones, e incluso, en los baños, las cuales, eran permitidas por los guardias, ¡algo repugnante! Las peleas no cesaban, siempre debía de mirar por encima del hombro para evitar que me pincharan con cualquier herramienta que se hubieran sacado del bolsillo, tenía que permanecer alerta las veinticuatro horas del día, ¡era agotador!

Lo único que me mantuvo durante todos esos años, fue la sonrisa de aquella chica, la sinceridad en sus ojos y su forma de caminar, tenía la esperanza de volver a verla y de pedirle perdón por todo lo que hice en un pasado, no debí abandonarles, tampoco era quién para acusar a mi padre de lo que hizo porque yo era la misma escoria. En ese preciso momento, me di cuenta.

Una salida caótica:

En cuanto la psicóloga me dio la noticia de que me quedaba una semana para salir de aquel antro repleto de demonios, sentí el mayor miedo que nadie podría experimentar jamás. Nadie se recuperaba o reinsertaba tras haber pasado tanto tiempo en prisión, tampoco tenía demasiadas esperanzas en algo semejante, aunque lo que más me aterraba era el hecho de que nadie me esperara al otro lado de la puerta principal, que estuviera tan increíblemente solo que no le importara a nadie. Tenía miedo de que ella no viniera a recogerme, que se hubiera olvidado de mí... No recibí ni una sola carta ni llamada en todo el tiempo que permanecí en aquella celda mugrienta, así que, esperaba lo peor y no me equivoqué demasiado.

En cuanto salí, di una vuelta sobre mí mismo, estaba todo bastante solitario. Hasta que oí a alguien detrás de mí, unas pisadas que casi podrían haberme aliviado. Ella había venido, pude volver a ver aquellos labios que besaba cada día sin arrepentimiento alguno, aunque no estaba sonriendo precisamente, me apuntaba con una arma en la cabeza, sin un ápice de movimiento, con una seguridad en sí misma irreconocible. Traté de abrir la boca para excusarme pero, fue demasiado tarde, una bala perforó mi cerebro tan profundamente que desvanecí tan pronto como ella desapareció de la escena del crimen sin miramiento alguno. Estaba claro que aquello había sido una venganza por haberla dejado a ella y a su padre abandonados a su suerte, quizá el murió de una parada cardíaca entre sus brazos, un acto imperdonable por mi parte, ni siquiera fui capaz de llamar a la ambulancia para poder salvarle la vida. Estaba claro que me lo merecía...

Un futuro inexistente:

Había estado en la cárcel y esto, podría decirse que era algo semejante. No podía gritar, tampoco salir, debía permanecer alerta y tan solo me podía permitir mirarla mientras dormía, sin que ella pudiera verme. No tenía ningún objetivo por cumplir, mi futuro es prácticamente inexistente, supongo que estoy obligado a vagar por la Tierra sin demasiadas opciones, está claro que me he quedado en el absoluto infierno, sí. Mis pecados más profundos, habían tomado forma, al igual que mis temores, esto era lo que merecía tras haber cometido tantos errores.

Aunque, no me arrepiento del todo. Los ricos siempre se han hecho más ricos, ¿por qué no robarles a ellos? Estaba claro que tenían demasiado que ofrecer y que podrían cambiar mis días para siempre, podrían darme una ayudita para pagar unos cinco meses de alquiler más gastos, además, siempre había establecido la norma de no matar a nadie, cosa que no conseguí cumplir con mi primer grupo de ladrones, por ello, no es muy fiable trabajar en equipo, alguien siempre la termina cagando... En fin, podré ver esa sonrisa en sus labios las veces que quiera, puedo sentarme a mirarla e intentar explicarme qué enigmas se esconden tras esas miradas de complicidad... Es suficiente para mí.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Especial Personajes - Primer Aniversario:

Personaje: Sonia

Personaje: Emily